Si tuviéramos que considerar el impacto del hombre sobre la naturaleza, empezaríamos tal vez desde la revolución industrial. Pisándole los talones, seguiría la gran polución, el crecimiento demográfico, la agricultura intensiva y el consumo excesivo.
Durante los últimos 1.100Km de los 8.000 de nuestro 5000 miles project, hemos corrido sin parar rumbo al norte, desde el punto más austral del continente, una región salvaje y remota del planeta. Un lugar en donde uno pensaría que tal vez podría estar a salvo de esta embestida humanoide. La realidad es que, si hay un camino, el humano encuentra la forma.
Si bien es cierto que la evidencia de la actividad humana es menor, aún encontramos botellas de plástico y bolsitas “adornando” los bordes de las rutas, casillas de chapa desperdigadas, bosques talados para la construcción y para leña. El hombre y su colección de necesidades “imprescindibles” toman formas parecidas en cualquier parte del planeta.
Pero algo más está pasando. Algo que, tal vez, no se perciba a primera vista. Algo de una naturaleza más insidiosa. Sigilosamente, esta tierra helada y salvaje de la Patagonia está sobrellevando una transformación. Cientos, miles, millones de dientes le están mordisqueando los desiertos de arbustos, la estepa herbácea y arbustiva, los bosques. Todos estos hábitats de la Patagonia, desde la columna vertebral que son los Andes hasta el Pacífico de un lado y hasta el Atlántico del otro, se encuentran bajo el ataque de inesperados villanos: la tierna ovejita peluda y la vaca de mirada inocente.
El problema es que no estamos hablando de un par de vaquitas y un puñado de ovejas. Ni siquiera se trata de manadas de 100 cabezas de vacunos u ovinos, como las que vemos en el Reino Unido. No. Imagínense cabezas y cabezas de animales extendiéndose hasta el horizonte. En el informe de 2012 la Argentina declaró 55 millones de cabezas de ganado vacuno y 16 millones de ganado ovino.
El resultado de esta comilona es el pastoreo excesivo. ¡No hubo un solo día desde que empezamos a correr, en el que no hayamos maldecido el PASTOREO EXCESIVO! Pareciera que a cada paso nos acercamos más a las páginas de Las uvas de la ira, de Steinbeck. Y como si la historia se repitiera, nubes de tierra se levantan en el aire con el viento patagónico que nos golpea.
Las grandes cantidades de ganado definitivamente tienen un impacto negativo. Un estudio de Del Valle (1998) estimó que un 65% de la Patagonia estaba degradado seriamente, un 17% moderadamente y apenas un 9% levemente afectado. En ninguna área se encontró un impacto insignificante. ¿Pero, y los guanacos? Ellos también pastan en la estepa. ¿Tal vez este problema es aun más antiguo que el de las vacas y las ovejas? La diferencia es que la vegetación de la Patagonia ha evolucionado junto al guanaco, y de hecho lo ha sustentado por siglos; pero no se ha adaptado para sustentar el implacable ataque de las pezuñas de nuestro ganado. La estructura del suelo cambia y su capacidad de absorber y retener agua y nutrientes, decae. El resultado es el pastoreo de la vegetación suculenta, dejando un paraje lunar de arbustos incomibles en un mar de tierra arenosa.
Y a pesar de todos estos datos, cuando uno habla con la gente del lugar, descubre que no ven la relación entre el sobre pastoreo y la tierra, ni ven la necesidad de reducir la producción de carne y lana. ¿Será que se acostumbraron y les parece “normal”? ¿Será que son incapaces de imaginar alternativas? O será, tal vez, que a menos que uno quiera verlo, es algo que no se ve.
Una señora del lugar recordaba con ojos melancólicos aquellos tiempos en que las ovejas se veían 3600 a la redonda, y las familias y sus manadas florecían. Dos corpulentos argentinos nos invitaron a su rancho a compartir un asado, la carne ya crepitando en el asador. Un gaucho se acercó a caballo; juntos se lamentaron de la presencia de los guanacos, viendo en la fauna local simplemente un competidor de pastos y agua para su ganado, y cuya única función era la de ser comida de perros. Un ñandú, ese pájaro gigante pariente del avestruz, se sentó sobre sus magníficas alas marrones. El pobre animal sufre la misma persecución.
A nuestro paso, los guanacos se espantaban con simplemente olernos. Un ñandú corría junto a la ruta, desesperadamente chocándose contra el alambrado en un intento de huir de nosotros. En un trecho de 10Km contamos no menos de 150 guanacos muertos. La relación del hombre y sus animales domésticos con la fauna silvestre es difícil en todas partes del mundo.
Pero el 26 de septiembre, casi a dos meses de haber iniciado nuestra expedición, llegamos a los cuarteles de Conservación Patagónica, en el Valle Chacabuco. Y algo extraordinario sucedió: los guanacos se pararon a mirarnos. Uno, hasta se nos acercó para investigar a estos mamíferos bípedos recién llegados.
Durante los últimos siete años en los que esta estancia de alrededor de 78 mil hectáreas ha ido transformándose en un paraíso para la vida silvestre, los guanacos y bandadas de gansos salvajes han ido desasociando lentamente al hombre con la muerte. Los pastos se han recuperado naturalmente y con el sembrado de nuevas semillas, y sobre todo al haberse removido 25 mil cabezas de ovinos, 3.000 de vacunos y 1.000 de equinos que pastaban en el lugar en 2004. Los bosques de lenga y ñire del sur, respiran aliviados.
La vida demuchos de los gauchos gira en torno al Ganado ovino o bovino (desayuno, almuerzo y cena) y no logran entender la necesidad de un cambio. Una mujer se quejó: la zona es un criadero de pumas, que cazan nuestras ovejas. Pero, como lo explicó el gaucho Luigi, si dejamos los guanacos, los pumas tendrán comida. Y Jorge, que ha trabajado en la estancia por más de 20 años (antes, con el ganado, y ahora en CP) nos muestra con deleite cómo el pasto se ha ido renovando y nos señala áreas que antes eran marrones y ahora brillan de verdor.
Recientemente se ha nombrado a la Patagonia “Centro de Diversidad Vegetal” dado que casi un 30% de su vegetación endémica se conforma de plantas que no crecen en ninguna otra parte del mundo. La restauración del paisaje que es parte del trabajo de Conservación Patagónica, asegurará que estas especies encuentren un refugio seguro junto a animales en peligro de extinción, como el ciervo nativo, el guanaco, el ñandú, el armadillo, el puma, el cóndor y la vizcacha de montaña.
Le pedimos su ayuda. Con su donación colaborarán con CP para restaurar este increíble parque nacional en proceso.