Cinco kayaks, tres días, uno Río Baker

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El Río Baker es una franja turquesa que atraviesa los bosques de haya al sur de la Patagonia Chilena y corre entre cimas irregulares antes de depositar sus aguas cenagosas en el Pacífico. El río delimita la frontera oeste del futuro Parque Nacional Patagonia y bordea el camino hacia Cochrane, la ciudad más cercana. Su existencia es de gran importancia para la región, como marca geográfica pero además como disputado símbolo político.

Todos nosotros quienes trabajamos para la Conservación Patagónica hemos pasado horas analizando y defendiendo este río, pero es otra cosa completamente distinta ponerte a su merced y remar a lo largo de su enorme distancia. A mediados de Febrero, el río finalmente se unificó y se pudo hacer tal viaje: una navegación de 180 km en tres días, partiendo justo en la confluencia entre los ríos Baker y Chacabuco yendo hacia la Caleta Tortel, en los fiordos del Pacífico.

Roberto Haro, fundador e instructor jefe del club de kayak de Cochrane, se ofreció como voluntario para guiar nuestro equipo, de cinco en total. Ha hecho innumerables descensos por el río junto a varios grupos de jóvenes remadores talentosos de la región.

¿Nuestra embarcación? Dos botes para descender rápidos y tres kayaks de mar, el último siendo una nave más adecuada para un río con pocos rápidos y bastantes aguas tranquilas. En la mañana de nuestra partida, manejamos al sitio donde comienza la navegación y nos preparamos para nuestra travesía río abajo. Roberto no puede disimular la risa mientras mira cómo los gringos metemos absurdas cantidades de comida y equipo dentro de nuestros botes. Con suerte aun podremos flotar. Finalmente, lo logramos y a las 11 am empujamos los botes hacia la corriente rápida.

A medida que manejas por la Carretera Austral al lado del Baker, este río parece tranquilo, casi manso. Pero no te engañes: el Baker es un río de volumen grande, y abajo, al nivel de un kayak, las aguas hinchadas toman una forma nueva. Remolinos, protuberancias, torbellinos… llámalos como quieras, pero sólo te toma un breve lapso de tu concentración para encontrarte cabeza abajo en el torrente helado. Los botes pequeños dan una perspectiva diferente del poder potencial del Baker.

 

 

Y, ¿si tenemos sed? En vez de buscar botellas de agua, simplemente metemos las manos en el río y tomamos libremente el agua del Baker. Un conveniente, delicioso y sano recordatorio de lo afortunados que somos de estar en un lugar que se mantiene relativamente sin intervenir.

Los glaciares cuelgan precariamente en las cimas que bordean las orillas. Las montañas se asoman en el horizonte. Más cascadas, siempre cascadas. El Baker se siente remoto, pero seguimos remando por muchas curvas, viendo pequeñas cabañas en la ribera, encontrándonos con vacas y caballos mirando anonadados a los extraños navegantes. Durante la mitad del siglo 20, el gobierno Chileno creó un programa de asentamiento con la esperanza de proteger esta región contra la invasión Argentina. Las laderas de cerros con árboles quemados son los vestigios de una política que entregaba títulos de propiedad a colonos que demostraran el “mejoramiento” en sus tierras.

 

 

Acercándonos al término del primer día, el río se aprieta dentro de un angosto cañón rocoso: El Saltón, el único gran rápido del río. Para nosotros, esto significa hacer un acarreo obligatorio. Las corrientes fuertes de Clase V no son lo ideal para remadores aprendices con kayaks de mar difíciles de manejar. Así que el plan es acampar aquí en la noche y hacer el transporte en la mañana. Arriba de la ribera, pasando muchos árboles quemados, cruzando una zanja – Roberto nos lleva a nuestro puesto de camping. Acarreando nuestros kayaks sobrecargados, caminamos lentamente por el campo resbalándonos con abundantes bostas de vaca. Por un momento, reevaluamos la exagerada cantidad de comida que anteriormente habíamos apretujado en los botes y luego pensamos en la cena que vendrá.

El segundo día amanece frío y despejado, y después del desayuno volvemos a acarrear los botes alrededor del Saltón. Después del arrastre de la noche anterior quedamos bien preparados, dos viajes por un camino de barro se pasan rápido y sin incidentes. Paramos para mirar sobrecogidos un sorprendente rápido de Clase V – navegable, creo yo…. pero mucho más adecuada para profesionales que para nuestra pandilla mezclada. De vuelta en el río, remamos rápidamente a través de unos remolinos persistentes y nos establecemos un día más en el Baker. Llegado este punto, hemos perdido hace rato la cuenta de las numerosas cascadas, y es muy fácil quedar embobado con las vistas alrededor; cada curva en el río presenta una nueva escena que te quita el aliento. Esta vida silvestre no es muy tangible y es imposible de describir con palabras.

 

 

Al llegar la noche, lentamente volvemos a la civilización – unas cuantas casas pequeñas surgen de repente, y el camino a Tortel aparece a la izquierda del río. En el lugar donde el Río Vargas entra al Baker, Roberto rema hasta la orilla de un campo pequeño, y lo declara nuestro sitio para acampar. Esta noche dormiremos acá, acompañados por todo tipo de animales domésticos imaginables. Pollos, caballos, patos, perros, gatos, de todo. Conversamos con la familia Sandoval, quienes pasan sus meses de verano acá, y nadamos un rato en el agua, hacemos un poco de pesca y la fogata obligatoria antes de meternos en nuestros sacos de dormir.

Día tres. El primer gallo canta a las 4 am, demasiado cerca de la carpa y mucho antes de lo que cualquier criatura racional debería estar dando vueltas. Pero al ave insistente no le importa, y continúa su barullo hasta que sus amigos se le unen. Rayos de luz golpean suavemente sobre las carpas y eventualmente nos levantamos para hacer el desayuno y partir al río por última vez.

 

 

Otra cascada, otro glaciar, otra cima sin escalar aparecen en el horizonte. Con cada río que pasamos el Baker gradualmente recoge sedimento, cambiando desde el verde esmeralda del primer día al gris limoso a medida que nos acercamos a Tortel. En este punto, el enorme Baker es una red trenzada de canales que requieren cierta habilidad para navegar. La búsqueda de rutas se convierte en un método estratégico para seguir la corriente principal (no siempre evidente), usando la menor cantidad de energía posible. Cinco o seis horas después, nos acercamos claramente al fin de nuestro viaje – algunas vacas cruzan el río al frente de nosotros y los gauchos nos miran tranquilamente desde las orillas.

A pesar del intenso viento río arriba, el tiempo se mantiene y luego nos encontramos en la Caleta Tortel, nuestro destino final. Aquí tomamos la foto para recordar el término de nuestra travesía, devoramos unas cuantas empanadas, abrimos una cerveza de victoria, y volvemos al futuro parque en buena compañía. ¿El Baker? Pruébalo. Vale la pena experimentarlo. 

La autora Nadine Lehner es la directora ejecutiva de la organización sin fines de lucro Conservación Patagónica

 

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