Primera parte del viaje que llevó a nuestra corresponsal a navegar durante doce horas, surcando las aguas de la Laguna San Rafael y caminando por encima de los hielos del Glaciar Exploradores.
Texto y fotos por Clara Ribera
Mientras el universo exterior respira plácido y sereno, la fiesta se ha desatado dentro del barco. Todo ha empezado con un brindis de whisky enfriado con hielo milenario del glaciar San Rafael. Llegar a la laguna que lleva el mismo nombre ha sido el objetivo de la travesía de hoy a bordo de este catamarán.
Subo al piso superior del barco donde suena música ranchera mexicana. Dos micrófonos circulan entre los pasajeros para hacer karaoke y hay barra libre. Los guías se esfuerzan con bastante éxito en mantener entretenido a un público que lleva casi 12 horas encerrado en la barcaza.
El catamarán navega tranquilo entre fiordos e islas patagónicas dejando atrás la laguna San Rafael. Ha sido un largo día que ha empezado antes que amaneciese en Puerto Chacabuco. Ahora ya está de regreso en la misma localidad, situada a 80 kilómetros de Coyhaique, capital de la región de Aysén.
Fuera de la embarcación la naturaleza es ama y señora de esos territorios, algunos, probablemente, aún sin explorar. Ha caído la noche temprano, y es que estamos a principios de julio y los días son demasiado cortos para un turista al que le faltan horas para ver la Patagonia a plena luz del día.
Dentro, el espectáculo es, sin duda, pintoresco. Me siento en un rincón a observar cómo un grupo de gente que hasta hace unas horas aún no se conocía, ahora se abraza, baila, cruza miradas cómplices y canta a grito pelado “¿qué le pasa, qué le pasa a mi camión? ¿Qué le pasa, qué le pasa que no arranca?”, himno pachanguero de la cumbia chilena interpretado por la banda Chico Trujillo. Al cabo de un rato me doy cuenta que me duelen las mejillas de tanto mirar, reír y sonreír ante tal escena, y decido unirme cuando empieza a sonar un hit español de los 90 que ya ni recuerdo.
Llegar a la laguna
La navegación empezó a las 7 de la mañana, cuando el “Chaitén”, nombre de la embarcación que pertenece al Hotel Loberías del Sur, zarpó de Chacabuco con poco más de 100 pasajeros a bordo. La tripulación de forma amable procuraba mantener al grupo, de origen principalmente chileno, con un plato o una copa siempre en la mano.
Un par de horas después de partir, Franco, el guía del tour, me invitó a ver el puente de navegación. Se trataba de una cabina tranquila. Estaba aislada de la muchedumbre turista que en el salón superior de la nave sorbía lentamente un pisco sour, mientras el catamarán avanzaba a una velocidad de 24 nudos entre aguas heladas, hoy mansas.
Subirse al “Chaitén” es la manera más rápida de llegar a la Laguna San Rafael. La navegación es de 125 millas náuticas, unos 230 kilómetros. El capitán, el piloto y el jefe de máquinas, que charlaban sin apuro dentro de su burbuja de control, se alternaban a cada hora para llevar el buque a buen puerto.
Entre aperitivos y lobos marinos en el paisaje, hemos llegado a nuestro objetivo: esa lengua que baja del Campo de Hielo Norte (CHN), llamada Glaciar San Rafael. La pared de hielo pertenece al Parque Nacional Laguna San Rafael, el más extenso de la región de Aysén y el principal atractivo turístico de la zona. El área, declarada Reserva de la Biósfera en 1979, cuenta con 1 millón 700 mil hectáreas, de las cuales 400 mil pertenecen al CHN. El glaciar ocupa un 17 por ciento de la superficie total del campo de hielo.
El principal acceso es marítimo, ya sea en catamarán desde Puerto Chacabuco por el día, o en cruceros que parten desde más lejos y navegan por una mayor cantidad de días. El acceso terrestre es más limitado, pero posible, viajando desde Coyhaique hasta Bahía Exploradores (a 303 kilómetros de distancia). Aún así, para llegar hasta el muelle del glaciar hace falta tomar alguna embarcación. Y seguramente la forma más espectacular y diferente de verlo es sobrevolando el parque nacional en avionetas con capacidad para seis pasajeros que parten desde Coyhaique o Puerto Aysén.
Algunos dicen que el Glaciar San Rafael es el Perito Moreno chileno. De Perito Moreno sólo tiene el hielo. La atmósfera ante ambos glaciares es distinta. Ni mejor, ni peor. Mientras el afamado glaciar de la Patagonia argentina me abrumó por su inmensidad cuando lo visité dos años atrás, el San Rafael me acogió. De izquierda a derecha vi todas la columnas de hielo que lo conformaban. El pequeño bote zodiac con el que bajamos del catamarán se acercó tanto, que me sentí parte del monumento de hielo que caía delante mío. Navegar entre los témpanos, que de lejos parecían chicos y que al acercarse me triplicaban en altura, hizo sentirme cómplice de esta naturaleza tan hermosa.
Si el Perito es el espectáculo de la grandeza, el San Rafael es el amor por el detalle. Los rugidos del hielo cayendo en el agua se oían de cerca, temblando dentro de mis oídos. Me hablaban. Me contaban que la laguna es fruto del retroceso del glaciar. De que dentro de unas décadas, o siglos, quizá enmudezca, porque desde 1875, esta preciosa extensión de hielo sólo se ha reducido. Según un estudio de la Pontificia Universidad Católica de Chile, el Campo de Hielo Norte ha perdido 100 kilómetros cúbicos de hielo desde principios del siglo XX, y no pareciera que este fenómeno vaya a amenguarse.
El bote vuelve al “Chaitén” y la adrenalina del momento glaciar ha bajado. Repaso las fotos a través de la pequeña pantalla de mi cámara. Me siento afortunada de haber podido adentrarme en las profundidades intocables de Aysén.
_________________________
Para más información: