Antes de partir para los Campos de Hielo Sur

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Por Andrés Pinto 
Fotos por Carlos Hevia 
 
Nota del Editor: Andrés Pinto es parte del proyecto Vida Glaciar, de la Rama de Montaña Universidad de Chile, que busca transmitir a la comunidad la importancia de los glaciares y la necesidad de su protección. Este mes van en una expedición por los Campos de Hielo Sur, en donde habitaran por 3 semanas.
 

Necesitábamos subir, pero el clima nos jugaba una mala pasada, aunque deseábamos toparnos con una tormenta. El camino lo habían cerrado y nuestras opciones se reducían cada vez más. Nuestra idea era hacer el último trabajo en hielo en el glaciar colgante, antes de partir el 2 de febrero a la Patagonia e intentar hacer alguna de las cumbres que hemos programado, y por supuesto, recopilar el material audiovisual necesario para nuestro proyecto educativo.

Queríamos probar equipo y disfrutar de las condiciones frías de una tormenta en pleno verano. Si era 26 de diciembre y los días posteriores a Navidad mostraban al valle del estero Cepo completamente nevado, algo que yo nunca había visto a esta altura del año.
 
Logramos subir finalmente el 27, aunque solo pudimos llegar hasta Valle Nevado, igual que la mayoría de las personas que se aventuraban en esas fechas a subir el Plomo. La caminata fue dura principalmente por el lodo que se acumulaba en nuestros pesados zapatos.
 
 
 
Sin lugar a dudas que llegar a Piedra Numerada fue un agrado. Cerros completamente nevados y una que otra carpa adornaban un atardecer de ensueño. Los bofedales se mostraban cargados de agua mientras la fauna se revoloteaba de felicidad a nuestro alrededor.
 
El Bismarck, el Leonera, el cruce del Cepo y por supuesto el Plomo nos robaban la mirada de manera constante, y pese a haber estado tantas veces en ese mismo lugar, lo maravilloso de esos paisajes y sus nieves veraniegas nos hacían sentir plenos y felices. Qué bueno era estar en la montaña.
 
El camino a Federación, al día siguiente, fue tranquilo, y pese a que mis compañeros me superaban físicamente, puse todo mi empeño en no tener que hacerlos esperar en demasía.
 
 
 
 
Finalmente llegamos y lo primero que hicimos fue rescatar algunas cosas del refugio para cocinar. Un paquete de tallarines y una salsa nos permitieron preparar un reponedor almuerzo bajo el sol que pegaba fuerte, pero que era acompañado por una brisa suave, que soplaba mientras la nieve se derretía de forma rápida y constante.
 
La mano se devuelve así que cuando bajamos, también dejamos cosas en el refugio que pudiesen ser útiles para futuros compañeros.
 
Aquella salida al Plomo fue distinta. Mucha conversa y relajo, muchas horas de nudos, cuerdas y técnicas. No hubo que salir a las 3 o 4 de la mañana como lo hacían los compañeros y compañeras montañistas que compartían el lugar con nosotros. Esta vez pudimos observar de mejor manera nuestro entorno, y en los días de práctica, abrazar constantemente al glaciar colgante del cerro, el cual nos permitió practicar cosas y ver detalles que nos servirán para Campos de Hielo. La diferencia era el sol, tanto así que uno de mis compañeros sufrió una pequeña quemadura en el parpado del ojo que le causó molestias, debido al mal diseño de los anteojos.
 
De igual forma nada dificultó nuestra práctica en hielo y glaciar, entendiendo que nos quedaba solo un mes para partir a la Patagonia.
 
 
 
 
¿Ansias?, ¿temor?,  mejor dicho una mescla de ambos, pero sin embargo, prima el deseo de que esta etapa previa pase pronto para volver a estar en la montaña, encordado de mis compañeros.
 
Sentirte encordado es algo que no solo remite seguridad para el momento de cruzar un glaciar, sino más que eso, representa el hecho de estar unidos por un proyecto, de estar confiados en que el otro está pendiente de ti y en que tienes la responsabilidad de estar pensando en él.
 
El simbolismo de estar encordado siempre me ha marcado como montañista, y al momento en que practicábamos en el colgante del Plomo, pensaba en mis amigos que estaban en esa misma cuerda, y en Lucas, amigo mío que había soltado aquella cuerda que nos ataba a la vida hace una semana atrás, y se había despedido de mí en su bicicleta, pedaleando hacía las alturas.
 
 
 
El Plomo finalmente volvió a desaparecer tras nuestros pasos, en una tarde de tonos rojizos y tenues. Fue una salida de trabajo y al mismo tiempo muy contemplativa, que me permitió empezar a sanar el alma después de la partida de mi amigo.
 
Me permito homenajearte en estas líneas, amigo mío, dando gracias por tu compañía y por tu gran amor hacia la naturaleza, esa por la que soñamos pelear y defender juntos.
 
Espero nos acompañes en esta aventura que iniciamos en febrero, y que nos ayudes a mí y a mis compañeros a lograr nuestros objetivos.
 
 

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