Los bosques amenazados de Chile

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Por Jimmy Langman
Fotos por Bastián Oñate
 
Nota del Editor: La siguiente es la versión completa de un artículo de la Edición 18
 
Se acabaron los días en que grandes empresas madereras multinacionales apuntaban a los bosques chilenos. La última gran amenaza en ese sentido fue la compañía Trillium de los Estados Unidos, cuyas vastas propiedades forestales en el lado chileno de la isla Tierra del Fuego fueron compradas en 2002 por Goldman Sachs, el banco de inversiones de Nueva York, y convertidas en un parque privado.
 
Ha habido una expansión significativa de parques y áreas protegidas en las últimas dos décadas, y la aprobación del Derecho Real de Conservación en 2016 ha establecido importantes nuevas protecciones legales para la conservación en propiedades privadas en Chile.
 
Desde el año 2003, cuando el grupo ambientalista californiano Forest Ethics convenció a Home Depot y otros importadores de madera en Estados Unidos de cambiar sus prácticas de compra, las compañías forestales chilenas han adoptado con entusiasmo la certificación ambiental de sus operaciones.
 
Sin embargo, pese a estos logros verdaderamente importantes, los bosques nativos de Chile continúan degradándose y desapareciendo.
 
La ecorregión del bosque templado valdiviano de Chile y Argentina se extiende desde la región del Maule, en el centro de Chile, hasta la región de Aysén, en el sur de dicho país, y de oeste a este incluye la vertiente oriental de la cordillera de los Andes en Argentina. Los científicos han categorizado esta área como uno de los 35 “puntos calientes de biodiversidad”, lugares definidos por tener un alto porcentaje de flora endémica, pero sólo permanece el 30 por ciento o menos de su vegetación natural original.
 
Un estudio realizado en 2016 por investigadores forestales de la Universidad de la Frontera en Temuco y de la Universidad Austral en Valdivia, encontró que aunque las tasas más altas de deforestación en la selva valdiviana ocurrieron entre 1970 y 1990, los bosques continuaron siendo talados y degradados a una tasa elevada durante las últimas dos décadas. Desde el año 2000, Chile está perdiendo en promedio 30,000 hectáreas de bosque nativo cada año. Casi un tercio de esa pérdida de bosques se produce solo en la región de la Araucanía, y si las tendencias actuales continúan en esta región, los autores del estudio afirman que "podría llevar a la deforestación completa de las zonas ubicadas fuera de las áreas protegidas nacionales".
 
Hace diez años, Chile lanzó su ley de bosques nativos para abordar ese tipo de problemas. Después de 16 años de languidecer en el Congreso de Chile debido a desacuerdos intransigentes y falta de voluntad política, el gobierno de centro izquierda de Michelle Bachelet impulsó a través del Congreso un proyecto de ley que, aunque no abordaba todo lo que se esperaba, fue considerado en su momento como un gran avance. Ahora, mirando por el espejo retrovisor, quienes apoyaban esa ley afirman que aparentemente fue creada para fallar por su diseño.
 
"La burocracia de esta ley es tan terrible que los propietarios de bosques no están interesados en postular a los subsidios que ofrece para el manejo sustentable", dice Jennifer Romero, directora ejecutiva de la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo (AIFBN), un grupo nacional de ingenieros forestales, con sede en Valdivia, preocupados por la protección de los bosques nativos en Chile.
 
¿Están los bosques nativos mejor protegidos de lo que estaban, digamos, hace 20 años? "Para los bosques nativos, nada ha cambiado mucho", responde Fernando Raga, quien fue presidente de CORMA, la asociación de la industria forestal chilena, durante los últimos ocho años, hasta que en abril de 2018 se convirtió en director ejecutivo de INFOR, una oficina gubernamental que realiza investigaciones forestales.
 
 
 
 
Bosques raros a nivel mundial
"Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta", dijo una vez el poeta Pablo Neruda. De hecho, los bosques de Chile contienen un tesoro de riqueza biológica.
 
En el hemisferio sur, los bosques templados se encuentran en Chile, Argentina, Uruguay, Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica. Incluso hoy en día, estos bosques de Gondwana todavía tienen características similares y cada uno está dominado por árboles de los géneros Nothofagus y Podocarpus. Cuando el supercontinente se dividió, Chile se convirtió en una isla biogeográfica, aislada por el desierto de Atacama al norte, las montañas de los Andes al este, y el océano Pacífico al oeste. Ese aislamiento es una razón clave por la cual el 90 por ciento de la flora y fauna de los bosques de Chile son endémicas, no se encuentran en ningún otro lugar.
 
En todo el mundo, los bosques templados representan sólo el 16 por ciento de los bosques, y las selvas templadas son especialmente raras, originalmente cubrían sólo el 0,2 por ciento de la superficie terrestre del planeta. Hoy en día, la mayoría de esas selvas templadas han sido destruidas. El sur de Chile es hogar de una de las dos últimas grandes selvas templadas, la otra se extiende en diversas condiciones desde el norte de California hasta Columbia Británica y el sureste de Alaska.
 
Las selvas siempreverdes de Chile tienen una de las mayores concentraciones de biomasa del mundo, produciendo entre 500 y 2000 toneladas de materia orgánica por hectárea. Los bosques de Chile albergan 123 especies de árboles diferentes, 57 por ciento de ellas endémicas, y en su mayoría dominadas por hayas del sur como el coihue y el roble (Nothofagus), el mañío (Podocarpus), y los árboles de hoja ancha como el ulmo (Eucryphlia) y el laurel (Laurelia). El extremo sur de Chile incluye bosques subantárticos y boreales dominados por el coihue y la lenga (Nothofagus). Los científicos dicen que el 80 por ciento de todas las plantas y animales terrestres viven en bosques. En Chile, 6 de cada 10 especies están amenazadas o en peligro de extinción, como la especie emblema nacional de Chile, un ciervo nativo llamado huemul, que se encuentra al borde de la extinción.
 
Las vastas extensiones de bosques antiguo que quedan en el sur de Chile incluyen algunos de los árboles más antiguos del mundo. Dos de las especies más extraordinarias son el alerce (Fitzroya cupressoides) y la araucaria (Araucaria araucaria). Ambos tienen estatus de protección en Chile como monumentos naturales, pero sigue habiendo casos de tala ilegal. En 1993, un alerce fue fechado en 3.620 años. El alerce es la segunda especie más antigua de la Tierra, solo el pino Bristlecone de California es más viejo. La araucaria, apodada "monkeypuzzle" debido a sus ramas enmarañadas que giran alrededor de la parte superior del árbol, se encuentran en una pequeña sección de la cordillera de la Costa y en lo alto de los Andes. Pueden vivir más de 2,000 años y los botánicos dicen que sus ancestros se remontan a 200 millones de años.
 
 
Tala rasa en el río Biobío.Tala rasa en el río Biobío.
 
 
Una historia de destrucción
Las cifras del gobierno dicen que el 19 por ciento de la superficie total de Chile está cubierta por 14,4 millones de hectáreas de bosques nativos. Alrededor de tres cuartas partes de estos bosques son de propiedad privada, y la mayoría está en manos de aproximadamente 50,000 propietarios medianos y pequeños. Hace unos años, los informes oficiales provenientes de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), la organización público-privada de Chile que administra los bosques y el sistema de parques del país, observaron un aumento en la cobertura forestal. Sin embargo, el truco estaba en su definición de bosque: las áreas que se consideraban arbustos hace diez años se reclasificaron como bosques.
 
La realidad de hoy es que los bosques nativos de Chile se están convirtiendo en humo debido a la creciente incidencia de los incendios forestales; también han sido severamente degradados (a menudo cortando lo mejor y dejando lo peor) para satisfacer el aumento de la demanda de leña; o mediante la tala rasa para convertir las tierras a otros usos, como la agricultura, ganadería o plantaciones de árboles exóticos cuyo objetivo es alimentar a una creciente industria de la celulosa y el papel.
 
Históricamente, la pérdida de bosques nativos comenzó a acelerarse en Chile hacia mediados del siglo XIX, cuando una gran cantidad de inmigrantes de Europa se asentaron en el sur de Chile. Quemaron y despejaron inmensas áreas de bosque para dar paso a la agricultura, el pastoreo y las ciudades, y bajo la bandera del desarrollo y la expansión agrícola, estas prácticas continuaron hasta mediados del siglo XX.
 
Una nueva fase en la deforestación se arraigó en 1974. Fue entonces cuando la dictadura de Augusto Pinochet vendió a precios de bajo costo bosques de propiedad pública e instalaciones de procesamiento. El régimen de Pinochet también ideó el Decreto Ley (DL) 701, que ofrecía un atractivo reembolso del 75 por ciento de los costos de plantación de árboles. Estos subsidios, que estuvieron disponibles en el país durante casi 40 años, hasta 2012, se utilizaron casi por completo para financiar las plantaciones de árboles de la industria forestal, que hoy cuenta con pinos no nativos y eucaliptos. Durante las dos primeras décadas, el 80 por ciento de los subsidios se destinó directamente a las tres empresas forestales más grandes de Chile. Actualmente, el país cuenta con más de 3 millones de hectáreas de plantaciones de árboles, que contribuyen la materia prima para aproximadamente el 97 por ciento de las exportaciones forestales, la segunda mayor exportación de Chile.
 
El sector forestal de Chile es una historia de éxito económico, pero también ha sido un impulsor principal de la destrucción de los bosques. Un estudio sobre los cambios en la cobertura del suelo debido a las plantaciones forestales, encontró que para 2007 más del 42 por ciento de toda la cordillera de la Costa en las regiones del Maule y Biobío, en el centro-sur de Chile, estaba ocupada por plantaciones de árboles. De estas plantaciones, menos del 7 por ciento se establecieron en tierras agrícolas, la gran mayoría involucró primero la tala de bosques naturales para dar paso a las plantaciones forestales.
 
Los grupos medioambientales han apodado durante mucho tiempo las plantaciones forestales como un "desierto verde" porque sus árboles uniformes y de edad similar destruyen el hábitat de innumerables especies, y la práctica de la tala rasa, el corte de todos los árboles en una parcela de tierra, conduce a una severa erosión del suelo. También tienen serios impactos sociales. Un estudio reciente de 180 municipios en Chile, realizado por el Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR), encontró que las comunidades que viven cerca de las plantaciones forestales son las más pobres del país, y que cuanto mayor es el tamaño de la plantación, mayor es la tasa de pobreza.
 
Sin lugar a dudas, el conflicto de más alto perfil en Chile en las últimas décadas ha tenido lugar en la región de la Aracuanía, donde las comunidades indígenas mapuche han estado protestando, a veces violentamente, por los impactos de las plantaciones forestales industriales. Los mapuche se quejan que las empresas forestales han usurpado sus tierras ancestrales, eliminado sus bosques sagrados, secado las fuentes de agua para el consumo local y la agricultura, y que también han envenenado a sus comunidades con herbicidas.
 
En un foro público realizado en Temuco en mayo, César Jara Tripailao, presidente de la Asociación de Comunidades Mapuches por el Rukamanke, dijo que 32 comunidades mapuche se ven afectadas negativamente por la silvicultura, y dirigió su ira en parte al Forest Stewardship Council (FSC), o Consejo de Administración Forestal, que otorga certificación ambiental a muchas de las empresas que operan en la zona. “Esta organización no está cumpliendo su papel de certificar el buen manejo”, dijo  Jara Tripailao. “Son cómplices de las malas prácticas de las empresas forestales. No dan a conocer los impactos negativos que la industria está provocando en el área”, añadió.
 
Los expertos dicen que las temperaturas más altas debido al cambio climático están dando lugar a suelos más secos y sequías, provocando que las condiciones sean propicias para el aumento de los incendios forestales en todo el mundo. Pero Chile es especialmente propenso a los incendios.
 
En enero de 2017, el país sufrió los peores y más extensos incendios de su historia. El recuento oficial fue de 467,370 hectáreas de bosques quemados hasta el suelo, principalmente en las regiones del Maule y O'Higgins, y casi la mitad eran plantaciones forestales. Según un estudio internacional dirigido por científicos de la Universidad Estatal de Montana, publicado en agosto, las plantaciones de árboles de Chile son un culpable clave en los incendios forestales de la nación. "Chile reemplazó los bosques nativos más heterogéneos y menos inflamables por plantaciones exóticas de bosques estructuralmente homogéneas e inflamables, en un momento en que el clima se está volviendo cada vez más cálido y seco", dice Dave McWethy, autor principal del estudio. "Esta situación probablemente facilitará que los incendios futuros se propaguen más fácilmente y promuevan incendios más grandes".
 
Chile central ha perdido el 83 por ciento de su cubierta vegetal original, lo que la convierte en la región más deforestada de América Latina, según un estudio científico publicado en 2015 en la revista científica Global and Planetary Change. Uno de sus autores, Álvaro Salazar, un científico de recursos naturales de la Universidad de Chile que investiga las interacciones tierra-atmósfera, dice que tal deforestación rampante tiene un papel igual o mayor en el aumento de las temperaturas que el cambio climático.
 
“Es como si al cuerpo humano le suprimiéramos las glándulas sudoríparas y, por lo tanto, la capacidad de enfriarse por medio de la transpiración. Esto sin duda aumentaría la temperatura corporal”, dijo Salazar en una entrevista a la revista económica chilena Economía y Negocios. “En regiones boscosas, las glándulas sudoríparas son los estomas (células especializadas) del incontable número de hojas de los árboles. Si las eliminamos, la tierra no tiene forma de enfriarse y, por lo tanto, la temperatura superficial aumenta”.
 
 
La última luz en el bosque.La última luz en el bosque.
 
 
Haciendo una vuelta en U
Existe un consenso virtual de que parte de la solución para cambiar las cosas comienza con la mejora de la ley de bosque nativo. De los $8 millones de dólares anuales asignados para implementar los subsidios para el manejo sostenible de los bosques nativos, sólo el 6 por ciento se desembolsó en 2011, y para 2015 sólo el 19 por ciento de los fondos fueron utilizados por los propietarios de los bosques. De los fondos mencionados, menos del 2 por ciento se utilizó para proteger especies con amenazas de conservación o para restaurar bosques.
 
"Los mecanismos para los subsidios no son muy ágiles, y la ley necesita más énfasis en restaurar los bosques de protección donde hay cursos de agua", son algunas de las críticas de Antonio Lara, un profesor forestal de larga data en la Universidad Austral de Valdivia. Lara, consciente del estancamiento de las leyes en el Congreso de Chile, subraya que es factible que el Ministerio de Agricultura implemente estas y otras reformas necesarias sin buscar enmiendas a la ley.
 
“Debería ser posible de mejorar. El problema es que, en Chile, hay poco monitoreo de las leyes una vez que son aprobadas", concuerda Fernando Raga, director de INFOR, quien dice que la ley no solo debe simplificar los procedimientos de solicitud, sino que también aumentar los montos de los subsidios. Raga señala que la ley debería ser más como el Decreto 701, el programa de la era Pinochet que financió las plantaciones forestales. "Era realista, práctico y con cantidades adecuadas, un instrumento diseñado para el usuario".
 
Retóricamente, Raga agrega que las plantaciones forestales pueden tener un papel valioso en la protección de los bosques nativos. “Si tienes una demanda creciente de productos de madera, ¿de dónde obtendrás los recursos para satisfacer esa demanda, de plantaciones o bosques nativos? Y si reduces la demanda de madera, pasarás esa demanda a otros recursos mucho menos amigables con el medioambiente, como los plásticos o los metales ".
 
Hay una serie de otros instrumentos y legislación necesarios para conservar, restaurar y proteger los bosques nativos. Entre las ideas que se impulsan se incluyen más recursos para la supervisión gubernamental de la silvicultura, ya sea a través de Conaf o una nueva entidad; multas más fuertes por infracciones a la ley forestal y el traslado de su aplicación, de los débiles tribunales de policía locales a un tribunal superior; mejores controles sobre la venta de leña y nuevas políticas que acelerarán el cambio en áreas urbanas hacia fuentes de energía alternativas y sostenibles para calefacción y cocina; y una nueva legislación para permitir el ordenamiento territorial en Chile.
 
Lara opina que el gobierno debería convocar a actores relevantes para determinar una visión para el futuro de los bosques nativos y las plantaciones del país, ideando una política forestal nacional que equilibre la producción de madera con los servicios de los ecosistemas, como la provisión de agua, las oportunidades de turismo y la captura de carbono. Lara argumenta que lo que más extraña en las acciones gubernamentales y del sector privado es la "falta de voluntad". Sostiene que "es como si nos dijeran: 'Haré algo, pero en realidad no quiero".
 
Quizás lo que se necesita también es un poco de educación ambiental. Adriana Hoffmann, la botánica y pionera defensora del medio ambiente para el bosque chileno, describió una vez la riqueza de un bosque nativo de esta manera: “La gran riqueza del bosque nativo es que es un sistema natural integrado por muchísimos elementos orgánicos -plantas, árboles, epífitas, enredaderas, musgos, líquenes, hongos, insectos y animales- , todo ello inserto en un sistema de suelo, aire, agua y energía. Las interacciones entre todos estos elementos, entre lo vivo y lo no vivo, conforman un equilibrio de flujos muy sutiles. Para que una gota de agua pase a convertirse en la lágrima de un animal hay un proceso muy complejo de por medio”.
 
Una plantación no es un bosque, y una plantación no puede reemplazar a un bosque.