El recuerdo de una biósfera azul

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 Foto: Daniel CasadoFoto: Daniel Casado 
 
 
Un equipo de científicos intenta comprender por qué las ballenas azules están regresando a mares chilenos después de 33 años sin avistamientos.
 
Por Juan Pablo Casado 
Nota del Editor: La siguiente es la versión completa de un artículo de la Edición 15.
 
La historia de la ballena azul en Chile oscila entre la vida y la muerte. Fue en 1787 cuando se cazó el primer ejemplar en aguas chilenas; Iquique, en el norte del país, fue el lugar donde se dio comienzo a siglos de persecución del mamífero más grande del mundo. Promesas de combustible y alimento atrajeron a balleneras internacionales, las que vieron al sur de Chile como una fuente inagotable de riqueza. Casi doscientos años más tarde, en 1983, se registró el último deceso de este animal a manos del hombre, en Talcahuano. La razón no se fundamentó en la compasión, sino que surgió de motivaciones económicas.
 
La ballena azul había abandonado los mares chilenos.
 
En la actualidad, la depredación de esta especie ha reducido su número a tan solo un 4% del total de ejemplares. El Golfo de Corcovado, un santuario de la naturaleza ubicado en la región de Los Lagos, en el sur de Chile, y que sirvió durante siglos como cuna para las ballenas, se transformó en un lugar de constante retorno para los cetáceos. Fue la pesca indiscriminada lo que terminó por alejar a las ballenas, que se vieron forzadas a abandonar su refugio para poder sobrevivir.
 
“Esto es algo que ha ocurrido en muchos lugares del mundo donde las ballenas fueron cazadas hasta lo que llamamos su extinción comercial, donde quedan tan pocas que las operaciones balleneras ya no son rentables. Los animales se fueron por su propia voluntad o se redujeron tanto hasta ser casi imposibles de ver”, explica Nadine Lysiak, investigadora invitada del Woods Hole Oceanographic Institution de Estados Unidos.

 

 El momento preciso. Leigh Hickmott, Oceanógrafo de la universidad de St. Andrews y del Open Ocean Consulting, instala a través de una pértiga de fibra de carbono el dispositivo D-Tag en la ballena. Este dispositivo se adhiere a la ballena a través de ventosas, para no generar ninguna molestia al animal. Se registrarán con gran detalle todos sus movimientos y vocalizaciones. Foto: Daniel CasadoEl momento preciso. Leigh Hickmott, Oceanógrafo de la universidad de St. Andrews y del Open Ocean Consulting, instala a través de una pértiga de fibra de carbono el dispositivo D-Tag en la ballena. Este dispositivo se adhiere a la ballena a través de ventosas, para no generar ninguna molestia al animal. Se registrarán con gran detalle todos sus movimientos y vocalizaciones. Foto: Daniel Casado

 
La extinción del equilibrio 
La relación entre los hombres y las ballenas en el sur de Chile no siempre fue antagónica. Los pueblos originarios convivieron en total armonía con ellas, bajo una cultura donde el ritual cotidiano comulgaba con la biósfera. La organización social de estos indígenas les permitió adaptarse con éxito a un medioambiente de características complejas, con temperaturas extremas y con fuentes de alimento rayanas en la escasez.
 
Pero esta relación simbiótica hay que rastrearla millones de años atrás, cuando los primeros microorganismos sentaron las bases de una comunidad biótica que permitió la vida. Capas y capas de ecosistemas se organizaron de tal manera que su bienestar y proyección se basó en la existencia de seres vivos interrelacionados entre sí.
 
Aquellos habitantes del Chile ancestral dejaron de existir a manos de una cultura que aseguraba tener las claves del éxito, un éxito basado en la depredación y en la generación de riqueza material como condiciones estructurales de la felicidad. El futuro parecía guardar el mismo destino trágico para las ballenas, que a comienzos del siglo XXI  ya casi no se veían en el sur del mundo. 

 

El zodiac y el equipo científico, se aproxima cuidadosamente a la ballena azul para la instalación de un dispositivo D-Tag que registrará todos sus movimientos, sonidos y las condiciones del océano.  Foto: Daniel CasadoEl zodiac y el equipo científico, se aproxima cuidadosamente a la ballena azul para la instalación de un dispositivo D-Tag que registrará todos sus movimientos, sonidos y las condiciones del océano. Foto: Daniel Casado

 

Promesas de vida
Fue en 2003 cuando se volvió a registrar la visita de una ballena azul a Chile. Políticas apuntadas a resguardar la virginidad natural presente en el Golfo del Corcovado comenzaban a dar sus primeras semillas de esperanza. Aún no se alcanzaba el punto de no retorno. “Siempre el Golfo de Corcovado fue una zona de ballenas azules; son lugares que históricamente recorrían. Quizás lo que hay hoy en día son nietos o hijos de esas ballenas que en el pasado estaban en estos espacios”, sugiere Daniel Quiroz, antropólogo de la Universidad de Chile.
 
En este contexto, la Fundación Meri, una entidad sin fines de lucro de origen chileno cuyo propósito es proteger la Reserva Natural Melimoyu en la Patagonia norte, y Woods Hole Oceanographic Institution, se propusieron comprender, desde un punto de vista científico, cuáles eran las razones que estaban haciendo retornar a las ballenas. Durante cuatro años ambas ONG rastrearon a los mamíferos que, generaciones más tarde, volvieron a su lugar de nacimiento para retomar sus viejas costumbres y dar equilibrio al ecosistema natural puesto en duda por la demagogia del hombre.
 
Daniel Casado registró este hito en el documental “Patagonia Azul”, una producción que muestra todo el trabajo realizado por la delegación conservacionista. Fue el fotógrafo y director chileno quien acompañó a los científicos durante sus expediciones por los mares australes por cuatro temporadas, alrededor de un mes en cada ocasión. “Es una tremenda suerte compartir con científicos de talla mundial durante tanto tiempo. Son gente que está en la vanguardia de la investigación de ballenas y estudios marinos”, comenta Casado, quien se refiere al objetivo principal detrás de su filme: “Lo que busca el documental es mostrar la riqueza que tenemos en Chile, la que suele medirse solo en productos extraíbles. Otro objetivo es abrirnos los ojos hacia el mar. No solo se trata de mostrar la belleza de nuestros océanos, sino que además darles la importancia que tienen para el equilibrio del ecosistema”.

 

 

Año a año, un equipo multidisciplinario compuesto por profesionales de Chile, Estados Unidos, Italia y otros países navega por los mares del Corcovado para entender las razones que hicieron retornar a estos animales al extremo austral del mundo.
 
El trabajo en terreno abarca distintas tareas; muestras de plancton, de biopsia, fotografías aéreas, y la etapa actual de la investigación se centra en la recolección y análisis de datos que en el futuro permitan entender –bajo la lupa del método científico–, las motivaciones que han traído de vuelta a las ballenas. Así lo explica Amy Apprill, científica asociada del Woods Hole Oceanographic Institution: “Lo que está haciendo la ciencia es tomar medidas y juntarlas, así podemos entender lo que está pasando; de esta manera lograremos crear hechos científicos que nos ayuden a decidir cómo proteger los ecosistemas e interactuar con la Tierra”. Entender qué las trae al Corcovado, qué hacen ahí y cómo se alimentan son algunas de las interrogantes que aún permanecen sin respuesta.
 
Gracias a la información brindada por los D-TAG -tecnología que se adhiere a las ballenas y que permite grabar audio y rastrear ubicación- el grupo ambientalista está cada vez más cerca de esclarecer el misterio. "Hay tanto que puede hacerse con los D-TAG. Yo me relaciono principalmente con el análisis acústico, observando los sonidos que la ballena emite. El siguiente paso será integrar esos cantos con el resto de los datos que el aparato recolecta: los movimientos, la profundidad, la orientación y ver cómo esas medidas se correlacionan con los sonidos que están haciendo”, sostiene Leaela Sayigh, académica del Hampshire College, en torno a la importancia de esta clase de dispositivos. 

 

Foto: Daniel CasadoFoto: Daniel Casado

 

El mar a futuro
“Hay tres caminos. Uno, simplemente la extinción. La alteración es tan grande que los seres humanos no podemos vivir y nos morimos. El segundo, es que algunos grupos humanos pequeños sobrevivan a esto. Pero van a sobrevivir en condiciones muy diferentes. Y la tercera ruta es que a través de la reflexión, de nuestro entendimiento y capacidades tecnológicas, actuemos con juicio y detengamos la contaminación ambiental”. Con esas palabras el biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana se refiere a los potenciales escenarios a los que podría llegar la humanidad. La extinción, un proceso irreversible, contrasta con el entendimiento como herramienta principal para generar cambios que propicien la vida. La búsqueda del equilibrio entre el ser humano y la naturaleza representa la alternativa más esperanzadora para el hombre.
 
La meta que impulsa el actuar de Fundación Meri es generar, a largo plazo, un cambio cultural que apunte en esta dirección. Los datos obtenidos de la investigación serán compartidos con la comunidad, con la intención de crear una conciencia colectiva que evite que las ballenas vuelvan a emigrar. La importancia de estos cetáceos para la vida se basa en el rol crucial que juegan en la mantención del equilibrio ecológico; se trata de una “especie paraguas” que actúa como soporte de los diversos ecosistemas naturales que han dotado de fertilidad al sur de Chile.
 
La abundancia de paisajes vírgenes, tipos de animales y potencial turístico permiten soñar con un Chile basado en la sustentabilidad, que aprovecha sus recursos naturales desde la filosofía de la conservación por sobre el materialismo y la explotación. El desafío para la comunidad científica es transmitir la información producida durante sus investigaciones, datos que suelen mantenerse en un círculo académico alejado de la ciudadanía. Por su parte, los ciudadanos se enfrentan a un cambio de paradigma en la manera de entender el modelo de desarrollo. Después de décadas donde la biología ha entendido a la evolución como el predominio del más fuerte, el trabajo en conjunto entre todos los actores aparece como el camino para dar con esta nueva mirada, una mirada que ubica a la cooperación como el vector principal de la evolución.
 
 
 

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