La Guerra de Putin demuestra que las autocracias y los combustibles fósiles van de la mano. Cómo abordar ambos

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Ciudadanos ucranianos protestan en Times Square de Nueva York contra la invasión rusa de Ucrania. Foto: Janifest Ciudadanos ucranianos protestan en Times Square de Nueva York contra la invasión rusa de Ucrania. Foto: Janifest
 
 
altaltEsta historia apareció originalmente en The Guardian y se vuelve a publicar aquí como parte de Covering Climate Now, una colaboración periodística mundial para reforzar la cobertura de la crisis climática.
 
Por Bill McKibben
Traducccion por Javiera Cid 
 
 
Cuando se trata de acciones climáticas, se progresa más con las democracias que con las autocracias; pero las campañas de inversiones pueden presionar a los líderes políticos más obstinados.
 
A primera vista, la cumbre del clima de Glasgow del pasado otoño lucía mucho como sus 25 antecesoras, tuvo:
 
Una sala de conferencias del tamaño de un portaaviones repleto de exhibiciones de partidos problemáticos (por ejemplo, los saudíes, con un pabellón gigante que reconoce sus esfuerzos por promover una “economía circular de carbono”).  
 
Cuadrillas de delegados apresurándose de manera constante a sesiones misteriosas (“mostrando mejoras en la Campaña de los tres mil millones de árboles y la Iniciativa de Áreas Protegidas del partido republicano estadounidense”), mientras que las reales negociaciones se llevan a cabo en un par de habitaciones traseras.
 
Manifestantes serios con carteles excelentes (“se quema el Amazonas incorrecto”).
 
Pero tal como lo advertí, los pasillos y calles afuera me sorprendieron una y otra vez con que muchas cosas habían cambiado desde la última gran charla climática en París en el año 2015 y no solo porque los niveles de carbón y la temperatura han aumentado aún más.
 
El cambio más grande fue en el clima político. Durante esos años el mundo parecía haberse alejado bruscamente de la democracia y hacia la autocracia y, en el proceso, haber limitado de manera dramática nuestra habilidad de luchar por la crisis climática. Oligarquías de muchos tipos tomaron poder y lo utilizaron para mantener el status quo. Hubo una cualidad Potemkin durante toda la reunión, como si todos estuviesen recitando un guión que ya no reflejara la política real del planeta.
 
Ahora que hemos visto a Rusia iniciar una invasión petrolera contra Ucrania, es un poco más fácil ver esta tendencia con gran alivio, pero Putin está lejos de ser un caso único, considerando los ejemplos.
 
El año 2015 en París, Brasil era liderado por Dilma Rousseff, del partido de los trabajadores, quien trabajó más que nadie para disminuir la deforestación en el Amazonas. De alguna forma el país podría quejarse de haber hecho más que cualquier otro en cuanto al daño climático, simplemente ralentizando el corte. Pero en el 2021 Jair Bolsonaro estaba a cargo, a la cabeza de un gobierno que empoderó cada ganadero a gran escala y cazador furtivo de caoba en el país. Si las personas se preocuparan por el clima, dijo, podrían al menos “cagar cada dos días. Y si se preocuparan por la democracia, podrían… ir a la cárcel. Solo Dios puede sacarme de la presidencia”.  Explicó al inicio de las elecciones de este año.
 
 
Protesta contra el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y los incendios en la Amazonia durante su gobierno.  Foto: Imelda AbanoProtesta contra el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y los incendios en la Amazonia durante su gobierno. Foto: Imelda Abano
 
 
O India, que podría convertirse en la nación más esencial, dado los aumentos que se proyectan en el uso de su energía. Y que ha rechazado su equivalente de Greta Thunberg incluso una vida para asistir a la reunión. (Al menos Disha Ravi ya no estaba en la cárcel).
 
O Rusia (hace más o menos un minuto) o China; Hace una década en Beijing, aún podíamos, aunque con cierto peligro y algo de cuidado, contener las protestas climáticas y demostraciones. No intenten eso ahora.
 
O, por supuesto, los déficits democráticos más profundos de Estados Unidos, que han perseguido durante muchos años las negociaciones climáticas. La razón por la que tenemos un sistema de promesas voluntarias, no un acuerdo global vinculante, es que el mundo finalmente descubrió que jamás habría 66 votos en el Senado de los Estados Unidos para un acuerdo real.
 
Joe Biden esperaba llegar a las conversaciones con el proyecto de ley Build Back Better en su bolsillo, ponerlo sobre la mesa y comenzar una guerra de ofertas con los chinos, pero el otro Joe, Manchin de West Virginia, el mayor beneficiario individual de dinero en efectivo de combustibles fósiles en Washington D. C., se aseguró de que esto no sucediera. Biden en cambio, apareció con las manos vacías y las conversaciones fracasaron.
 
Y así nos quedamos contemplando un mundo donde la gente realmente quiere acción sobre el cambio climático, pero donde sus sistemas no lo están logrando. En el 2021 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo realizó una encuesta notable por todo el planeta, donde las preguntas se realizaron a las personas a través de redes de video juegos para así llegar a los humanos menos propensos a responder encuestas tradicionales. Incluso en medio de la pandemia del COVID, el 64 % de ellos describió el cambio climático como una “emergencia global”, y que definitivamente ellos querían “políticas climáticas amplias más allá del estado actual del juego”.
 
La ironía es que algunos ambientalistas en ocasiones han anhelado menos democracia, no más. De seguro si solo tuviésemos hombres fuertes al poder en todas partes, podrían tomar las decisiones difíciles y ponernos en el camino correcto; no tendríamos que involucrarnos con los constantes caprichos de las elecciones, el cabildeo y la influencia.
 
Pero esto es incorrecto por lo menos por una razón moral: los hombres fuertes que son capaces de actuar de manera instantánea frente a la crisis climática también son capaces de hacerlo en muchas otras cosas, como testificarían las personas de Xinjiang y el Tibet si fuesen capaces de hablar. También es incorrecto para una serie de prácticas.
 
Esos problemas prácticos comienzan con el hecho de que los autócratas tienen sus propios intereses creados para complacer. Modi hizo campaña por su papel en la cima de la democracia más grande del mundo en el jet corporativo de Adani, la compañía de carbón más grande en el subcontinente. No asuman por un minuto que no hay un lobby de combustibles fósiles en China, ahora mismo está ocupado diciéndole a Xi que el crecimiento económico depende de más carbón.
 
Y más allá de eso, los autócratas a menudo son directamente el resultado de los combustibles fósiles. Lo crucial acerca del petróleo y el gas es que se concentra en algunos puntos alrededor del mundo, y por lo tanto las personas que viven encima o de alguna manera controlan esos puntos, terminan con grandes cantidades de poder injustificado e irresponsable.
 
Boris Johnson acababa de viajar a Arabia Saudita para tratar de reunir algunos hidrocarburos el día posterior a que el rey decapitara a 81 personas que no eran de su agrado. ¿Podría alguien prestar un mínimo de atención a la familia real saudita si no poseyeran petróleo? No. Tampoco los hermanos Koch hubiesen podido dominar las políticas estadounidenses en base a sus ideas. Cuando David Koch se postuló a la Casa Blanca con la candidatura libertaria en 1980, casi no obtuvo votos. Por lo que él y su hermano decidieron utilizar sus ganancias como los magnates del petróleo y gas más grandes del mundo para comprar el Partido Republicano, el resto es historia (disfuncional) política.
 
El ejemplo más llamativo de este fenómeno, no hace falta decirlo, es Vladimir Putin, un hombre cuyo poder se basa casi por completo en la producción de cosas que puedan arder. Si buscara por mi casa, no sería un problema encontrar aparatos electrónicos de China, telas de la India, todo tipo de mercancías europeas, pero en ninguna parte encontraría algo que diga “hecho en Rusia”. El 60 % de los ingresos de exportaciones que equipaban a su ejército provenían del petróleo y del gas y, toda la influencia política que ha acobardado a Europa occidental por décadas viene de poner sus manos en la llave del gas. Él y su horrible guerra fueron producto de los combustibles fósiles, y sus intereses por ellos han hecho demasiado para corromper al resto del mundo.
 
 
Vladimir Putin lanzando un gasoducto de gas natural.Vladimir Putin lanzando un gasoducto de gas natural.
 
 
Vale la pena recordar que el primer secretario de estado de Donald Trump, Rex Tillerson, lleva la Orden de la Amistad, personalmente adherida a su solapa por Putin, en agradecimiento por las generosas inversiones que la firma de Tillerson (Exxon) ha hecho en el Ártico, una región abierta a la explotación por el hecho de que… se ha derretido. Y estos chicos se mantienen unidos: no es para nada sorpresivo que cuando Coca-Cola, Pepsi, Starbucks y Amazon dejaron Rusia el mes pasado, desde Koch Industries se anunció que ellos se quedarían. Después de todo, el negocio familiar comenzó construyendo refinerías para Stalin.
 
Otra forma de decir esto es que los hidrocarburos por naturaleza tienden a apoyar el despotismo. Son inmensamente densos en energía y por lo tanto muy valiosos. Geográfica y geológicamente significa que pueden controlarse con algo de facilidad. Hay un oleoducto, una terminal petrolera.
 
Mientras que el sol y el viento están, en estos términos, mucho más cerca de lo democrático, están disponibles en cualquier lugar, difusos en lugar de concentrados. No puedo tener un pozo petrolero en el patio de mi casa, ya que casi como en todos los patios traseros, ahí no hay petróleo. Y aunque lo hubiese, tendría que vender lo que bombee a algún refinador, y debido a que soy estadounidense, sería probablemente a una empresa de Koch. Pero puedo (y lo hago) tener un panel solar en mi techo. Mi esposa y yo gobernamos nuestra pequeña oligarquía, aislada de las fuerzas del mercado que los Putin y los Koch puedan desatar y explotar. El costo de energía que entrega el sol no ha aumentado este año y no lo hará el próximo. 
 
Como regla general, esos territorios con las democracias más sanas y menos cautivas de los intereses creados son las que marcan más progreso en el cambio climático. Observe alrededor del mundo a Islandia o Costa Rica, alrededor de Europa a Finlandia o España, en Estados Unidos a California o Nueva York. Así que parte del trabajo para los activistas climáticos es trabajar para hacer funcionar los estados democráticos, donde las demandas de las personas por un futuro funcional se priorizarán por sobre el interés creado, ideología y feudos personales.

Pero dadas las restricciones de tiempo que pone la física (la necesidad de acción rápida en todas partes), esa no puede ser toda la estrategia. De hecho, podría decirse que los activistas se han centrado demasiado en la política como fuente de cambio y no han prestado atención suficiente al otro centro de poder en nuestra civilización: el dinero.
 
Si de alguna manera se pudiese persuadir o forzar a los gigantes financieros del mundo a cambiar, eso también produciría un cambio rápido. Quizá más rápido, dado que la velocidad es más bien un sello distintivo de las bolsas de valores que de los parlamentos.
 
Y aquí mejora un poco la noticia. Tomen a mi país como ejemplo: el poder político ha llegado a descansar en las partes más rojas y corruptas de América. Los senadores que representan a un grupo relativo de personas en los estados occidentales escasamente son capaces de atar nuestra vida política, y casi todos esos senadores están en la nómina de las grandes petroleras. Pero el dinero se reúne en las partes azules del país: los condados que votan por Biden son casi el 70 % de la economía del país. 
 
Esa es una razón por la que algunos de nosotros hemos trabajado tan duro en campañas como la desinversión de combustibles fósiles. Ganamos victorias con los fondos de pensiones de Nueva York y con el vasto sistema de universidades de California, y así fuimos capaces de ejercer una presión real sobre las grandes petroleras. Ahora estamos haciendo lo mismo con los grandes bancos que son el sustento financiero de la industria. Tenemos muy claro que quizá nunca ganaremos a Montana o Mississippi, así que es mejor tener algunas soluciones que no dependan de hacerlo.
 
Lo mismo es cierto a nivel mundial. Podremos no ser capaces de abogar en Beijing o Moscú o, cada vez más en Deli. Así que, al menos para estos propósitos, es útil que las mayores cantidades de dinero permanezcan en Manhattan, en Londres, en Frankfurt y Tokio; lugares donde aún podemos hacer algo de ruido.
 
Y son lugares donde podría haber una real oportunidad de que ese ruido se escuche. Los gobiernos tienden a favorecer a las personas que ya han hecho su fortuna, a las industrias que ya han ascendido: es lo que sucede con bloques de empleados que votan y los que pueden pagar los sobornos, todos los inversores con quién ganarán dinero a continuación. Es por esto que Tesla vale mucho más que General Motors en el mercado de valores, si no en los pasillos del Congreso.
 
Por otra parte, si podemos persuadir al mundo del dinero a actuar, es capaz de hacerlo muy rápido. Debería, digamos, Chase Bank, el mayor prestamista en la tierra de combustibles fósiles en la actualidad, anunciar este año que estaba rápidamente eliminando tal apoyo, la noticia se extendería a través de la bolsa de valores en cosa de horas. Es por eso que algunos de nosotros hemos sentido que vale la pena montar campañas cada vez más grandes en contra de estas instituciones financieras y salir de sus lobbies para ir a la cárcel.  
 
El mundo del dinero está al menos tan desbalanceado e injusto como el del poder político, pero en maneras que podrían hacerlo un poco más fácil para los defensores climáticos, progresar.
 
La grotesca guerra de Putin podría ser donde se unen estos hilos. Destaca las maneras en que los combustibles fósiles construyen la autocracia y el poder que el control de los escasos suministros les otorga a los autócratas. Además, nos enseña el poder de los sistemas financieros para poner presión a los líderes políticos más recalcitrantes: Rusia es sistemática y efectivamente castigado por los banqueros y las corporaciones, aunque como mi colega ucraniana Svitlana Romanko y yo señalamos hace poco, podrían hacer mucho más. La conmoción por la guerra puede también estar fortaleciendo la determinación y la unidad de las democracias que aún quedan en el mundo y tal vez, uno puede esperar, disminuyendo la atracción de los déspotas en potencia como Trump.
 
Pero tenemos años, no décadas, para controlar de alguna forma la crisis climática.
 
No tendremos más instancias como esta. Las valientes personas de Ucrania podrían estar luchando por más de lo que ellos creen.
 
 
 

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