Torres del Paine cumplió 60 años

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Parque Nacional Torres del Paine. Foto: Evelyn PfeifferParque Nacional Torres del Paine. Foto: Evelyn Pfeiffer
 
 
Nota del Editor: Hoy celebramos los 60 años del Parque Nacional Torres del Paine. Para conmemorarlo estamos re-publicando en nuestro sitio web una versión actualizada de este reportaje de la edición inaugural de nuestra revista (diciembre de 2011), donde hacemos un recorrido sobre múltiples personajes y vivencias que han hecho posible conservar estas tierras conocidas como la “Octava maravilla del mundo”.
 
Por Evelyn Pfeiffer
 
“A través de la depresión hidrográfica del río Serrano, que separa la Cordillera Arturo Prat del Balmaceda, vimos lejos, muy lejos, destacándose sobre el fondo azul tersísimo y luminoso del cielo, el majestuoso macizo del Paine, cuyo perfil gigantesco dibujado por sus bermejas torres y sus albas agujas de hielo, se nos presentaba como la fantástica aparición de un reino ultramundano”, decía el gran explorador y sacerdote salesiano Alberto De Agostini sobre el Parque Nacional Torres del Paine. “Obra maestra” han dicho otros. Un paraíso para los geólogos. Un imperdible para fotógrafos y naturalistas. Uno de los mejores lugares para realizar caminatas, según revistas especializadas de trekking.
 
Sus paisajes y sus senderos de caminata atraen a miles de visitantes cada año, convirtiéndolo en uno de los Parques Nacionales más importantes de Chile y de la Patagonia. Pero si hay algo que simboliza estas tierras es el macizo del Paine y sus poderosas montañas de granito, con dos grandes hitos que han sido inmortalizados por fotógrafos cientos de veces en revistas, libros y postales: los Cuernos y Torres del Paine.
 
Que se formara esta verdadera obra de arte de la Patagonia no fue una casualidad. Se necesitaron más de 150 millones de años de procesos geológicos para esculpir cada detalle, evolucionando desde un ambiente marino profundo a uno continental como lo vemos en la actualidad.
 
“Los glaciares desgastaron las rocas y fueron formando la topografía que conocemos actualmente, dejando al descubierto el granito y originando los valles. El macizo del Paine es un sobreviviente de la acción de estos hielos. Lo que vemos fue una acción conjunta de distintos procesos, pero el escultor final, que dejó las Torres del Paine para la observación y suerte de nosotros, fue el hielo”, asegura el geólogo Marcelo Solari.
 
 
Guanacos en Torres del Paine. Foto: Evelyn PfeifferGuanacos en Torres del Paine. Foto: Evelyn Pfeiffer
 
 
Poblamiento humano
Los estudios indican que los primeros hombres llegaron a la Patagonia hace unos 11 mil años. La pregunta es por dónde avanzaron y por qué eligieron estos lugares. Las mayores condicionantes para estas pequeñas bandas de cazadores nómades fueron las numerosas fluctuaciones climáticas, que produjeron sucesivos períodos de avance y retroceso de las masas de hielo, seguidos de terrenos inundados o etapas de sequía. Evidentemente cada uno de estos procesos afectó la disponibilidad de tierras y recursos naturales, por lo que estos primeros pobladores, también conocidos como paleoindios, tuvieron que elegir el lugar más adecuado entre las opciones que les dejaba la naturaleza.
 
Pero Mateo Martinic, Premio Nacional de Historia y experto en la Patagonia, va más allá: “Estoy convencido de que los indígenas se movían no sólo porque tenían hambre y debían cazar. No sólo porque tenían frío y debían abrigarse. Sino también porque les gustaba el paisaje. Ellos amaban su tierra, ese mundo que iban adoptando como patria. Los primeros hombres que vieron este lugar tienen que haber sido sensibles a su belleza. ¿Quién podría no quedar impresionado ante la naturaleza hermosa que nos presenta Torres del Paine? Yo creo que nadie. Ellos tampoco”, asegura.  
 
Haya sido por obligación, elección o una mezcla de ambos, la evidencia arqueológica demuestra presencia temprana de poblamiento en estas tierras. La evidencia más antigua data de 9.740 años A.P., pero a partir de 7.500 años A.P. comienza a hacerse más patente. De esa época se encuentran pinturas rupestres muy simples de puntos y líneas, que pertenecían a pueblos cazadores. La evidencia demuestra que eran integrantes de una gran cultura de cazadores, que habitó en la misma época otros lugares esteparios de la Patagonia y Tierra del Fuego.
 
Lo más probable es que estos indígenas hayan sido los predecesores directos de los aónikenk históricos que conocieron los españoles a su llegada y que Hernando de Magallanes bautizó como Patagones. Con este nombre comenzó a rodar una leyenda en todo el mundo: la existencia de gigantes en la llamada Tierra de los Patagones o Patagonia, como se le conoce hoy en día.
 
La presencia aborigen en esta zona se mantuvo en forma permanente hasta alrededor de 1905.
 
 
Torres del Paine. Foto: Evelyn PfeifferTorres del Paine. Foto: Evelyn Pfeiffer
 
 
La primera turista de la Patagonia
“¡Patagonia! ¿Quién pensaría jamás en ir a un lugar así? ¡Serás devorada por los caníbales! ¿Por qué razón escoges un lugar tan apartado del mundo para ir? ¿Cuál puede ser el atractivo? (…) Oí estas y otras preguntas y exclamaciones de los labios de mis amigos y conocidos cuando les conté de mi intención de viajar a la Patagonia, la Tierra de los Gigantes. (…) ¿Cuál era la atracción de ir a un lugar tan apartado y a tantas millas de distancia? La respuesta estaba implícita en sus propias palabras. Lo escogí precisamente porque era un lugar exótico y lejano”.
 
En 1879 Lady Florence Dixie, junto a otros aristócratas ingleses, decidió viajar a este lugar ubicado al fin del mundo. Su expedición marcó un hito importante, pues son conocidos como los primeros turistas en pisar tierras patagónicas, de acuerdo a lo que hoy entendemos como tal. Y no sólo eso, fueron los primeros en visitar Chile. Lady Dixie fue la propulsora del viaje y su gran protagonista gracias a su fortaleza, valentía y espíritu de aventura, características que se ven muy bien retratadas en las narraciones que escribía diariamente y que más tarde se editaron en el libro A través de la Patagonia (Across Patagonia. Edimburgo, 1880). Dicha publicación incluye las primeras descripciones sobre la naturaleza y los paisajes, así como los primeros grabados conocidos del sector
 
Junto a su marido y dos de sus hermanos, recorrieron más de mil kilómetros a caballo, en una aventura que duró aproximadamente un mes. Si bien llevaron algunos víveres, la mayor parte de su alimento provino de la caza de guanacos, ñandúes y caiquenes. Guiados por baqueanos locales, con quienes cruzaron ríos, bosques, bordearon lagos, compartieron con indígenas aónikenk y recorrieron maravillados las interminables pampas.
 
Una mañana, tras haber acampado a oscuras bajo una espesa bruma y llovizna, despertaron asombrados por el nuevo paisaje: estaban a las puertas del macizo del Paine. Se internaron en el actual Parque avanzando en dirección al oeste, a la altura del sector Laguna Azul, descubriendo este hermoso lugar, el único del Parque donde se aprecian claramente las tres torres sin necesidad de hacer caminata.
 
“Delante nuestro se extendía una pintoresca llanura cubierta de suave pasto verde y salpicada por aquí y por allá de grupos de hayas, atravesados en todas direcciones por murmurantes arroyos. El fondo estaba conformado por cerros boscosos, detrás de los cuales se encumbraba nuevamente la cordillera. Tres altos picos de tinte rojizo de la misma forma que la aguja de Cleopatra, constituían un aspecto sobresaliente en el paisaje”. Más adelante continúa relatando: “Nos encontramos en la costa de una espléndida extensión de agua. La vista bien valía la pena todo el esfuerzo. El lago que tenía dos o tres millas de extensión estaba rodeado por altas colinas cubiertas por espesa vegetación la cual crecía al borde del agua. Más allá de los cerros se erguían los tres rojos picos y la cordillera. Sus blancos glaciares con las albas nubes descansando sobre ellos eran reflejados en una maravillosa perfección en el inmóvil lago, cuyas cristalinas aguas eran del más extraordinario azul brillante que yo hubiera jamás visto. (…) la sensación de silencio y soledad que cubría todo era tan impactante, que por un largo rato estuvimos parados como hechizados, sin pronunciar palabra”.
 
A lo pocos días de este descubrimiento, los aventureros decidieron regresar a Punta Arenas. “Mientras escribo, esos días vuelven vívidamente a mi mente y en mi fantasía contemplo otra vez esa distante y desértica tierra; la tierra de las llanuras solitarias donde guanacos, avestruces y los indios andan a la aventura lejos del conocimiento de la humanidad y donde pasé un tiempo despreocupada y feliz, el que nunca podré olvidar”.
 
 
Torres del Paine. Foto: Evelyn PfeifferTorres del Paine. Foto: Evelyn Pfeiffer
 
 
Los guardianes del Parque
Un grupo de visionarios magallánicos insistieron en la protección de este lugar para realizar turismo y en 1959 el gobierno de la época aceptó la propuesta de crear el Parque de Turismo Lago Grey, que contaba con apenas 5 mil hectáreas. Poco después cambió su nombre a Parque Nacional Torres del Paine y ya en 1979 tenía las 242.242 hectáreas actuales.
 
A partir de 1975 la Corporación Nacional Forestal (CONAF) quedó a cargo de la administración y un grupo de jóvenes, todos menores de 25, tuvo la tarea de recorrer, conocer y proteger cada rincón del Parque. Era una época en que no había luz, caminos, puentes, ni mucho menos el equipamiento y tecnología de montaña que hoy nos facilita las cosas para visitar estas tierras. Ellos provistos de simples brújulas, ponchos de lana y botas de goma comenzaron la aventura.
 
René Cifuentes, el primer administrador, explica que a los visitantes les costaba comprender el objetivo de tener un Parque Nacional. “Las personas llegaban y acampaban donde querían, cazaban y obviamente no les gustaba que estuviéramos normando. Éramos muy jóvenes, no teníamos mucha credibilidad; salíamos a dar charlas a los colegios, mostrando cómo se iba a gestionar el Parque, explicando sus objetivos de conservación, la importancia de cuidarlo y decíamos que algún día sería un gran motor de la economía. Pero en Puerto Natales (la ciudad más cercana) se vivía otra realidad y les era muy difícil entenderlo: para ellos, estábamos haciendo un gran despilfarro. ¿Terrenos para no tener nada? ¿Cuál era el sentido?”.
 
Estos hombres cumplieron un rol principal en la formación del Parque tal como lo vemos hoy en día, como por ejemplo en la recuperación de fauna y ecosistemas. En Torres del Paine han aumentado las poblaciones de pumas, cóndores, huemules, guanacos, zorros y ñandúes, entre otros, y ha cambiado la conducta de los animales frente a los visitantes: de temerosos ante la caza ilegal a mansedumbre o indiferencia ante la presencia humana.
 
Otro aporte importante de los guardaparques fue la creación de los nombres. “Cuando llegamos al Parque nuestra principal tarea era conocer el área. No había límites definidos porque aún se estaban anexando terrenos. No había mapas y la mayoría de los lugares no tenían nombres. ¿Qué hicimos? Aprovechamos cada expedición de escaladores y anotábamos en un libro de registro toda la información que conocieran del área. Lo mismo hacíamos con las denominaciones que nos daban los lugareños. Las coincidencias las anotábamos en un plano básico y cuando tuvimos una cantidad suficiente de nombres, lo llevamos al Instituto Geográfico Militar. De esta forma nació la toponimia, gracias a los escaladores y lugareños”, cuenta Neftalí Zambrano, uno de los primeros guardaparques que trabajó en la zona.
 
 
Foto: Francisco NegroniFoto: Francisco Negroni
 
 
La creación de los senderos
Entre el personal de CONAF ya circulaba la idea de diseñar un circuito que bordeara el macizo del Paine. Existían huellas y algunos puestos instalados por los ganaderos, pero faltaba unir el sector entre los actuales campamentos Los Perros y Grey.
 
El escalador John Garner había identificado un posible paso y decidió invitar al guardaparque Neftalí Zambrano para explorar la zona. El 15 de marzo de 1976 lo encontraron tras cruzar un largo pantano, ríos y una nevada pendiente de rocas. El paso fue bautizado con el nombre de este escalador inglés y es el punto más alto de todo el Circuito Paine con 1.241 m.s.n.m., ofreciendo una inmejorable vista a Campos de Hielos Sur.
 
“Yo iba sin el equipamiento adecuado: zapatos bajos, jeans, una chaqueta y una boina. John Garner iba adelante y me hacía escalas con sus huellas para que yo pudiera pasar, porque las suelas de mis zapatos estaban muy gastadas y me resbalaba. Los jeans se me congelaron y me rompí todas las pantorrillas. Fui como el conejillo de indias, porque era un chileno común y corriente, sin técnica de montaña y sin la ropa adecuada. Si lograba hacerlo... significaba que el paso era factible”, recuerda Neftalí Zambrano.
 
Un segundo grupo formado por Óscar Guineo, José Alarcón y el mismo Garner tuvo como misión comenzar a marcar toda la ruta. La tarea de ellos era conocer al máximo el terreno, viendo los mejores lugares y las rutas más atractivas para visitantes. Tuvieron que conocer los senderos, caminarlos, cabalgarlos, marcarlos, establecer las horas de caminata y la dificultad, y buscar los lugares con las mejores vistas.
 
De esta forma nació el Circuito Paine, también conocido como “O”, con 93,2 kilómetros de recorrido y, años más tarde, surgió en forma espontánea por parte de los mismos caminantes, la llamada “W” como una variante para recorrer los grandes hitos en menos días. Estos dos circuitos se han convertido en las rutas de trekking más cotizadas de la Patagonia y un referente obligado para revistas especializadas de todo el mundo que les han dedicado decenas de páginas y portadas.
 
 
Foto: Francisco NegroniFoto: Francisco Negroni
 
 
Los desafíos pendientes
Su fama es enorme y, sin duda, este Parque Nacional se ha convertido en uno de los grandes hitos de la Patagonia y del mundo, llegando a ser elegida la Octava maravilla del mundo el 2013, tras competir con otros 330 destinos del mundo en una votación online donde participaron 5 millones de personas.
 
Lamentablemente, su popularidad ha traído de la mano consecuencias medioambientales, como una evidente sobrecarga de turistas, senderos erosionados, contaminación y, lo más grave, dos enormes incendios forestales (2005 y 2011) generados directamente por las malas prácticas de turistas. Y si bien cada año se cumplen récords de visitas, no se puede decir lo mismo sobre la inversión, que aún es escasa y no existe ni la infraestructura, ni el personal suficiente para recibir y controlar a tantos turistas.
 
Pero no todas son malas noticias: desde el 2016 se implementó un sistema obligatorio de reservas para pernoctar en campamentos o refugios de montaña; se instalaron cámaras de monitorización para prevenir incendios forestales; se ha desarrollado un importante plan de reforestación; y se ha puesto mayor rigurosidad en hacer cumplir las reglas al interior del parque, lo que incluso ha llevado a la expulsión de varios turistas por incumplir la medida que se les indica a la entrada del parque de “no encender ningún tipo de fuego, en ninguna situación y en ningún lugar”.
 
El Estado también se ha comprometido en aumentar las inversiones, especialmente ahora que forma parte de la Ruta de los Parques de la Patagonia, un recorrido escénico de 2.800 km que invita a explorar 17 Parques Nacionales ubicados entre Puerto Montt y Cabo de Hornos. Esta iniciativa de Tompkins Conservation -a la que se sumó el Estado de Chile- es un paso más en la historia para conservar estas tierras para las futuras generaciones. ¡La historia recién comienza!
 
 
*El texto de este artículo se basado en extractos del libro “El Paraíso de la Patagonia” de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), la investigación periodística y textos para el libro fueron realizados por Evelyn Pfeiffer en 2009. 
 
 

  

 
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