De pumas, guanacos, estancieros y políticos

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Dos noticias aparecidas últimamente en los medios y las redes sociales vuelven a dejarme atónito, como supongo le ocurrirá a muchos pobladores de la Patagonia Argentina, por no decir a cualquier persona en el resto del país que tenga una mínima sensibilidad ambiental o conocimientos básicos sobre biología o la vulnerable biodiversidad que puebla nuestro entorno. Esto, amén de la eterna discusión sobre las facultades intelectuales de quienes gobiernan nuestros destinos y su incapacidad de ver más allá de los intereses sectoriales de quienes los presionan para presentar proyectos de ley o decretos absolutamente retrógrados y escandalosamente desquiciados.
 
El caso es que nos encontramos, por un lado, con una serie de terroríficas e impactantes fotos de varios cazadores (algunos muy jóvenes, otros no tanto) armados con poderosos rifles de última generación, con mira telescópica, "posando" sonrientes y orgullosos junto a sus presas cubiertas de sangre: el Puma, el único gran felino que existe en la Patagonia y que está considerado por la CITES como otra especie en vías de extinción.
 
Lamentablemente este maravilloso animal, que se hallaba en la cúspide de la cadena biológica, ha sido perseguido, cazado y diezmado por los hombres que recolonizaron la Patagonia tras el genocidio perpetrado por las milicias de Roca y repetidamente en distintos períodos del Siglo 20, bajo expreso pedido de las estancias ovejeras. Fue declarado "plaga" en las provincias patagónicas y, específicamente, este año se fijó un precio de 500 pesos por cabeza en la Provincia de Río Negro. 
 
Esta aberración se suma a la del gobierno de Chubut que, a través de la Dirección de Fauna y Flora Silvestre, dictó la Disposición Nº 9/2012 sobre la autorización de la caza selectiva del Puma concolor. Mientras tanto, en Santa Cruz se ofrecen recompensas aún mayores por cada animal asesinado. Para ahondar en mayores detalles truculentos, el director de Ganadería de Río Negro explicó por TV que hay dos formas de cazarlos en esa provincia. La primera es colocando trampas metálicas, que son provistas por el mismo Ministerio de Producción y atrapan una de las patas del animal, torturándolo hasta que muere desangrado. La segunda es seguir su rastro con perros, hallarlo y matarlo con un rifle. “La suma que se paga oficialmente se aumenta, por otra parte, con un plus por cuenta de los propios ganaderos, que son los primeros interesados en terminar con esta plaga”, concluyó orgulloso el funcionario.
 
La situación derivó en una práctica aberrante, como se desprende de esa serie de fotografías que circulan por las redes sociales, que ejemplifican la demencia de una cultura que perdió todo contacto con su entorno y prioriza los intereses de un grupo de productores laneros por sobre la extinción de una especie emblemática, cuya conservación a perpetuidad debería estar garantizada por el Estado y que, entre otros beneficios que brinda al medioambiente, ayuda a mantener el equilibrio natural de todo un ecosistema, al igual que el cóndor y tantas otras especies originarias de cada biorregión. 
 
 
 
La segunda noticia: la Cámara de Diputados de la Provincia de Santa Cruz, a través del Despacho de Comisión  Nº 096/2012 le solicitó al Poder Ejecutivo Provincial que, el Consejo Agrario Provincial (CAP), clasifique también al Guanaco (Lama Guanicoe) como "especie perjudicial" para permitir su caza indiscriminada.
 
De concretarse tal declaración es posible que, pese a no contarse con un Plan Provincial de Manejo ni estimaciones poblacionales confiables sobre esta especie, no sólo quede liberada la caza de guanacos en el territorio provincial, sino que también sea fomentada por autoridades y productores hasta su erradicación definitiva de la meseta patagónica. 
 
Obviamente ambas noticias tienen una relación directa y un único fin: intensificar la ganadería ovina que, paradójicamente, fue responsable directa de que en el siglo pasado se desertificara esta amplia extensión del territorio argentino a un ritmo desconocido en el pasado, transformado un ecosistema sano y en perfecto equilibrio en un territorio árido, imposibilitado de restaurarse por sus propios medios, con una variedad de pasturas y vegetación prácticamente irrecuperables incluso con ayuda del hombre. De hecho, existe una amplia bibliografía científica que avala plenamente este diagnóstico, incluso por parte de entidades oficiales como el INTA.
 
Vale decir, dos ecocidios impensables en medio de la emergencia ambiental planetaria que atravesamos, simplemente para garantizar una actividad que demostró ser insustentable en el tiempo. Ello, porque los estancieros nunca respetaron la capacidad de carga de estos frágiles suelos australes y terminaron devastando la meseta en el breve lapso de cien años, sin que hubiera ni una sola autocrítica por parte de las distintas sociedades rurales que aglutinan a los ganaderos, mucho menos algún castigo ejemplar por parte del Estado, que debería garantizar la protección de sus suelos y su biodiversidad por razones ecológicas, sociales e incluso económicas y productivas. 
 
En definitiva, un panorama ambiental patético al que ahora se pretende agregar la extinción definitiva de dos emblemáticas especies patagónicas, que vivieron en esta biorregión durante miles de años en armonía con su entorno natural, sin dañar este frágil y complejo ecosistema. 
 
Una ecuación que sólo le puede cerrar a los diputados más desinformados al Sur del Paralelo 40º o a los ganaderos más insensibles, mezquinos y corto placistas de los que se tenga memoria.
 
Por Lucas Chiappe, coordinador del Proyecto Lemu (Epuyen - Chubut)
 
 
 
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Puma: A partir de 1996, la caza del puma está prohibida en Brasil, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Guayana Francesa, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Surinam, Venezuela y Uruguay, mientras que en Chile se lo declaró especie protegida en 1996, y se prohibió su caza en todo su territorio. En la Argentina, la especie ya se encuentra extinta en las provincias de Corrientes, Entre Ríos, el sur y centro de Santa Fe, el centro de Tucumán y toda la provincia de Buenos Aires. En la provincia argentina de Córdoba, donde hace 50 años abundaba, hoy es una especie casi extinta. Paradójicamente, en la Provincia de Mendoza se declaró monumento natural, al igual que en Chile, donde se lo considera una especie protegida por el Estado.
 
Desde 2008, en la Patagonia chilena se lleva a cabo un programa de monitoreo del puma. Doce ejemplares recibieron collares con dispositivos de radio, que permiten seguir sus movimientos y hábitos. Se descubrió fehacientemente que la dieta del puma es 92% guanaco y casi 4% de ovejas (y lo más importante: menos de 2% corresponde al huemul, animal en peligro de extinción, del cual se calcula quedan 2 mil ejemplares). Este seguimiento demostró que este felino, el mayor de Sudamérica después del jaguar, contribuye a la salud del ecosistema porque permite que se alimenten al menos 12 especies nativas. Es decir, lo que no se come el puma de la presa que caza se lo comen el zorro cumpeo y el cóndor. Y su alimentación es extremadamente variada, al incluir en su menú la liebre y el tucu tucu, aunque también son sus presas ratones, peces y aves. A juicio de los ambientalistas, tener perros ovejeros reduce las pérdidas por depredadores entre 60% y 80%. Tener perros es más efectivo que la caza, porque el animal salvaje no vuelve.
 
Guanaco: El guanaco es el más grande de los camélidos silvestres. Debido a la cacería descontrolada y el deterioro de su hábitat sufrió su población se redujo 58% en Argentina, 75% en Chile y Perú, y está reducido a su mínima expresión en Bolivia y Paraguay, mientras que en Ecuador se lo considera extinto (Puig 1991).  Las últimas evaluaciones por región efectuadas por el GECS, para las Listas Rojas de UICN, detectan una serie de poblaciones que han disminuido drásticamente su tamaño y corren riesgo de desaparecer. Algunas de ellas habitan terrenos muy degradados, que sufrieron uso ganadero extensivo por más de cien años. 
 
Aunque la simple eliminación de la cacería furtiva del guanaco puede, en algunos casos, ser suficiente para desencadenar un proceso de recuperación poblacional hasta llegar a niveles óptimos, no es raro el caso de poblaciones diezmadas que habitan ambientes fuertemente  

 

 

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