Por Tomás Moggia
Nota del Editor: El siguiente es de Edición 8.
A la distancia, el cerro Castillo asoma como una fortaleza inexpugnable, plagada de torres y enhiestas agujas que se clavan profundamente en el cielo patagón. Sin embargo, es su robusto torreón central el que se alza con mayor prominencia. El nombre de esta montaña calza a la perfección con su imponente figura, que muchas veces es castigada por las inclemencias del tiempo. No es raro ver nubes golpeando y azotando sus verticales paredes.
Ubicado a poco más de 90 kilómetros al sur de Coyhaique, este coloso es el amo y señor de la Reserva Nacional Cerro Castillo. La cercanía con la capital regional de Aysén y su intrincada forma han transformado a este cerro en una obsesión para los montañistas. Corría el verano de 1966 cuando los chilenos Gastón Oyarzún, Osvaldo Latorre, Antonio Marcel y Raúl Aguilera realizaron la primera ascensión tras alcanzar la cima de 2675 metros sobre el nivel del mar por la pared oeste.
José Dattoli, miembro del club de montañismo Selknam de Puerto Montt, integró la cordada que en invierno de 2012 alcanzó la cumbre de cerro Castillo por la vertiente oeste. Recuerda que la expedición duró alrededor de siete días y que en el primer intento el cielo se cerró de improviso cuando recién habían comenzado la parte más expuesta de la escalada. Tuvieron que esperar dos días en el campamente neozelandés hasta que pasara tormenta, tras lo cual alcanzaron la cima en una jornada de 14 horas.
El montañista chileno cuenta que en el tramo más complejo y vertical del ascenso debieron escalar en una roca de mala calidad. Las condiciones invernales plasmadas en el frío, la nieve y el hielo en las fisuras hacían imposible escalar sin guantes, por lo que demoraron más tiempo del contemplado para superar ese trecho ubicado justo en el torreón que lleva hasta la cumbre.
“Uno de mis compañeros se sacó los guantes para tratar de escalar y casi se congela las manos. Tuvimos que retroceder un poco, recuperarnos y atacar otra vez. En un momento estuvimos pensando si seguíamos intentando el torreón o no, pero la tozudez pudo más y por suerte pudimos llegar a la cima”, relata Dattoli.
Desde la cumbre, la vista a la Patagonia es alucinante y mágica. Campos de hielo y la cordillera Castillo son algunos de los hitos que es posible apreciar. Pero el tiempo en aquellas alturas no da tregua y rápidamente la cordada de Datolli se vio obligada a emprender el descenso. “Surgió un viento muy fuerte y agresivo. Toda la bajada fue arrancar de un remolino de viento que era como estar dentro de una lavadora”, recuerda.
Dificultades como estas son las vuelven tan atractivo a cerro Castillo. Una montaña que para Dattoli parece sacada de Mordor —región volcánica de El señor de los anillos— debido a sus torreones oscuros y a las amenazantes nubes grises que se cuelan entre sus agujas. “Para mí es un clásico de la Patagonia. Desde el punto de vista técnico no es tan difícil como los gigantes de la Patagonia, pero sí se parece en su fisonomía y la dificultad de la roca. Comparativamente, no tiene nada que envidiarles”, sentencia.