Encuentro con las gigantes del mar

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Entusiasmados dejamos nuestro equipaje en un hotel y partimos de inmediato en dirección al mar a ver si teníamos un poco de suerte. Fue allí, desde la costanera de la ciudad, en medio del viento, el frío y el hambre, cuando tuvimos nuestro primer encuentro con estas ballenas. Primero un soplo en forma de “V” en el horizonte, luego otro más algo más cercano, después un par de colas sumergiéndose a unos 300 metros de la orilla. ¡La emoción era enorme! Ya comenzábamos a comprobar en carne propia todas las cosas fabulosas que alguna vez habíamos escuchado de este lugar.

Hace años soñábamos con llegar a este lugar que sólo habíamos podido ver en fotos, y que ahora por fin lograba congregarnos. Había sido un largo viaje desde Chile, cruzando toda la pampa argentina arriba de un bus, hasta llegar a Puerto Madryn, ciudad que nos serviría de base de operaciones para nuestro festín de naturaleza en vivo.

Si bien se pueden avistar algunas ballenas desde esta ciudad, debemos ir a golfo Nuevo en Península Valdés, para poder embarcarnos y tener nuestro encuentro con estas gigantes. El tour comienza con historias de estancias ovejeras, refinerías y algo de somnolencia por lo temprano que comenzamos el día.

A primera vista la península no atrae demasiado, pareciera ser árida y desolada, donde sólo se reúnen arbustos pequeños que logran hacerle frente al fuerte viento. Pero esta primera impresión es absolutamente errónea. Ya al adentrarse a la Reserva comienza a vislumbrarse un lugar repleto de vida con cientos de guanacos, ñandúes, maras y armadillos. Fauna que se complementa en sus costas con pingüinos y enormes colonias de elefantes y lobos marinos. Razones de sobra que le hicieron merecedor del título UNESCO de Patrimonio de la Humanidad.

El único lugar poblado de la Reserva es Puerto Pirámide, un pequeño pueblito donde viven unas 430 personas bajo el alero del turismo. Justamente desde acá parten todas las embarcaciones para avistar a la ballena franca austral (southern right whale), por lejos la reina indiscutida del lugar y la razón principal para que decenas de turistas esperemos con paciencia nuestro turno para embarcarnos mar adentro.

Lamentablemente ya perdimos la primera partida y estamos temerosos de que se levante más viento y prohíban las navegaciones, situación que sucede a menudo, especialmente por las tardes. Mientras esperamos el regreso de los barcos, nos entretenemos buscando ballenas en el horizonte, ejercicio que pronto comienza a perder interés. ¡Ya queríamos verlas a metros como nos habían prometido!

Mar adentro

De a poco comienzan a regresar las embarcaciones y grandes tractores ayudan a remolcarlas desde el mar. Se nota que los pasajeros vienen con algo de frío, pero están felices y vociferan entre ellos de que vieron una, dos, varias ballenas, que no alcanzaron a fotografiar un salto, de lo espectacular de las colas y lo tierno de las crías. Nos entusiasmamos aún más y tras varias instrucciones, chalecos salvavidas y minutos de espera, nos subimos a un barco pequeño, donde caben unos diez turistas. El tractor nos arrastra al mar y comenzamos nuestra navegación entre explicaciones del capitán.

Expectantes vamos buscando algún movimiento distinto al de las olas. Pasan varios minutos y nada, sólo el inmenso mar. “¡Ahí están!”, nos anuncia el capitán por los parlantes, rompiendo la monotonía. “¿Ven esos chorros de agua?”. Todos nos emocionamos y preparamos nuestras cámaras esperando impacientes, pero nada. El capitán observa atento y explica que las ballenas se sumergen y pueden aparecer en cualquier parte. Detiene el motor, serán ella quienes se acerquen por mera curiosidad. Miramos atentos. No hay señales. Hasta que un fuerte resoplido nos saca algunas risas nerviosas y nos hace voltear rápidamente las cabezas hacia la popa. “¡Ahí, ahí!”. Una, dos, tres ballenas franca, muchísimos más grandes que nuestro barco. No son nada de peligrosas, pero sí excesivamente curiosas y sentirse tan pequeños pone nervioso a cualquiera, especialmente cuando se pasean por debajo de la embarcación.

 

 

Una saca la cabeza para observarnos y resopla con mucha fuerza. La otras dos hacen lo mismo y se sumergen mostrándonos sus enormes colas. Repiten la operación una y otra vez. Sus movimientos son muy lentos y armónicos, extremadamente fotogénicos, situación que aprovechamos haciendo buenas tomas.

Debemos ser honestos, dentro de los estándares de belleza la ballena franca no es precisamente linda, ni por su exagerada acumulación de grasa, ni por sus callosidades en la cabeza, pero su inmenso poderío la convierten en un espectáculo que deja en silencio a cualquiera. ¿Quién podría quedar impávido ante un animal de 17 metros de largo y 45 toneladas de peso impulsándose por el aire de un solo salto? Si a eso le sumamos su historia de sobrevivencia al tiempo de la industria ballenera (recordemos que casi fueron llevadas la extinción), su simpatía, curiosidad y sus movimientos delicados, la convierten en un animal digno de admirar y perfecto para observar y fotografiar.

A veces respiran tan cerca de nosotros que nos llega su aliento a krill y plancton, o incluso nos mojan las cámaras. A ratos se pierden, pero pronto regresan curiosas para analizar a este extraño animal de metal que flota en sus aguas, lugar donde vienen a reproducirse año tras año.

Dos de ellas se ponen flotando cabeza abajo y dejan la mayor parte de su cuerpo afuera, en posición absolutamente vertical. Están tan cerca que podríamos tocarlas, pero el capitán nos dice que son demasiado sensibles al tacto y les podría provocar un fuerte estremecimiento tumbándonos el barco. ¡Pésima idea!

En el ambiente hay asombro y respeto. El motor del barco está apagado, nosotros en profundo silencio y el mar en calma, pareciera que el viento está cesando. Nada interrumpe la escena, sólo un par de cámaras que aún tienen la suerte de tener algo de capacidad en sus memorias.

Se quedan por lo menos 15 minutos en esa posición, hasta que se sumergen. Esperamos un buen rato, pero no aparecen por ningún lado. “Y bueno chicos, debemos regresar”, interrumpe el silencio el capitán. “¿Ése si que fue espectáculo de despedida eh?”, De inmediato salimos del estado atónito y comenzamos con chiflidos, risas, abrazos, comentarios e incluso aplausos.

Al llegar a la orilla seguimos todos eufóricos. Un poco más adelante observamos a una pareja reclamar acaloradamente con su guía, exigiendo la devolución del dinero porque no vieron ninguna ballena en su expedición. Nosotros nos miramos y nos damos cuenta que acabamos de ver algo único, pues acá no hay pautas, ni rejas, ni un show de animales amaestrados. Esto es auténtica vida salvaje y de vez en cuando uno tiene la suerte de que estas gigantes decidan mostrarse un rato y curiosear con nuestra especie.

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